Cerrillada es un pueblo partido en dos. En medio de la nada, con solo campo alrededor, está dividido por una línea que separa la parte brasileña del pueblo y la zona uruguaya. No hay supermercados ni lugares donde comprar alimentos. Sus habitantes viven a 64 km de Bagé, la ciudad más cercana de Brasil. Rivera, la ciudad uruguaya más próxima, queda a 150 km. Por necesidad, los lugareños cruzan hasta Bagé una vez por mes para surtirse de alimentos. Uruguayos que hablan solo portugués, brasileños que hablan portuñol y gente "doble chapa" esperan un ómnibus a las 9 de la mañana y atraviesan un camino rural hasta llegar a Brasil; un ritual que se repite desde siempre.
Por Gastón González y Martín Silva.
Los niños caminan vendiendo medias entre las mesas de plástico o simplemente pidiendo monedas. Una niña rubia con la ropa sucia y rotosa que intercambia el portugués y el español se sienta en la mesa con dos extraños y muestra su sonrisa de dientes partidos. Su mirada no se despega del baurú. Acepta gustosa un pedazo y come. El dueño del tráiler El Paco la mira y le dice que se vaya con su madre, pero la niña no hace el menor caso, y el vendedor de comida rápida sigue de largo. Sabe que no puede hacer nada.
Ocho camionetas blancas y una roja se aprietan una junto a la otra, las ruedas traseras contra el cordón, las puertas abiertas, las cocinas armadas, los panchos prontos para la venta con arvejas, choclo, papas pay y condimentos. El parabrisas de cada una está cubierto por un parasol con los mismos logos que están estampados en las puertas laterales: nombres como Big Dog, Super Dog o Chega + Lanches. Es que no son camionetas: son puestos de comida rápida brasileños.
A 20 metros, en Uruguay, los que se acomodan uno junto al otro son tráilers, a esos que en Montevideo se les dice carritos. Decoran toda la vereda uruguaya del Parque Internacional, una plaza en la que dos banderas bastan para indicar la frontera invisible entre la ciudad uruguaya de Rivera y la brasileña de Santa Ana del Livramento.
Además de las banderas, los distintos tipos de tráilers son característica fundamental de las ciudades hermanas: según el censo de 2011, en Rivera viven poco menos de 64.500 personas, y de acuerdo con la intendencia del departamento, hay unos 40 tráilers. Por comparar, en Montevideo viven más de 1.300.000 personas, y hay 109 carritos registrados. Una ciudad más de 20 veces más grande tiene casi el triple de carritos.
Es domingo en Rivera, la capital del departamento con mayores niveles de pobreza de Uruguay. El Parque Internacional es el ícono de la ciudad y es la divisa con la localidad brasileña de Santa Ana del Livramento. En la mitad de la plaza flamea una bandera gigante de cada país. Por entre los pabellones pululan los niños y desempleados que venden baratijas y piden dinero a los transeúntes. Solo una calle separa los dos territorios. Acentos portugueses y el olor a hamburguesas lo invaden todo.
A seis cuadras, la casa de Rosana huele de la misma forma. Es auxiliar de limpieza de un hotel en el centro de la ciudad. Vive con sus dos hijos y su marido. "A falta de asado, un asado trucho con pasta, ¿no é?", dice mientras se escucha el chisporroteo de las hamburguesas. Para acompañar, hace fideos.
El consumo de frutas y verduras no es común en su casa. Una vez cada 15 días cocina algún puchero o verdura hervida. "Al mayor no puedo hacerle comer nada de verdura. Come pura bobera", afirma Rosana con tono protestón. Según cuenta, su hijo mayor no ha probado ninguna verdura verde en casi todo el año. "Es un tema de tradición. De lo que se tiene a mano. No siempre da para comprar".
El hábito de Rosana no es la excepción. La mayoría de los riverenses no consumen frutas ni verduras en sus comidas diarias. Según la directora de Salud de la Intendencia de Rivera, Aída Goncálvez, la causa principal de esta costumbre es el alto costo de la fruta y la verdura en comparación con la carne, el poroto, la harina y el arroz. La jerarca explicó que la ingesta de productos verdes es muy baja en comparación con el resto del país.
La situación se repite también en las plazas riverenses de Flores y 18 de Julio, y más allá de la capital departamental, en las tres ciudades más grandes: Tranqueras, Minas de Corrales y Vichadero. A diferencia de los carritos montevideanos, no suelen tener mesas y son recintos más informales, los tráilers riverenses suponen casi verdaderos restaurantes, con varias mesas dispuestas en las plazas que ocupan, repletas durante el fin de semana.
Cuenta Fernando Viera, director de Salubridad de la Intendencia de Rivera, que la dictadura militar (1973-1985) provocó una disminución brusca en el empleo, y el tráiler nació como opción popular porque es barato de establecer y mantener, y la comida es económica. Vendedores y consumidores salen ganando. Pero la nutrición de los riverenses ya de por sí era deficiente y se vio empeorada, por lo que el municipio comenzó un proceso de reducción del número de tráilers en la ciudad. Antes, según Viera, había más de 100. Eso significa que había un tráiler por cada 537 personas. En Montevideo esa cifra sube a 12.101 personas por carrito.
La Plaza Flores a la noche es movimiento puro. Como si fuera una plaza de comidas literal. El McQueen's rebosa tanto de gente a pesar de tener más de diez mesas, que los autos estacionados empiezan a funcionar como anexos. Una de las cocineras sale del carrito con una bandeja y entrega a través de la ventana abierta del vehículo el pedido a una pareja, que se queda cenando allí. Las motos esperan el llamado: el McQueen's tiene servicio de delivery, como los demás de la plaza Flores.
Frente a la terminal de ómnibus de la ciudad de Rivera hay un bar con dos mesas en el interior y una única en la vereda de la calle Uruguay. Es un local cerrado, fijo, y vende, según la pintura de la pared externa: "Pollo, muslos, café, biscochos (sic) y recargas virtuales". Su capacidad no es mucho mayor que seis personas. Cualquier tráiler de la ciudad puede acomodar a más gente.
La mujer que atiende el bar frente a la terminal -que prefirió no dar su nombre- admite que ese tipo de locales chicos son cada vez más escasos en la ciudad. "Mucha gente los está cambiando por un tráiler, porque no necesitás pagar luz y agua ni poner un baño", comenta.
Desde la Intendencia, Fernando Viera reconoce que en Rivera hay un problema de alimentación, del que los tráilers son apenas la superficie, la expresión "comida de fin de semana" de una dieta ya de por sí pobre en el día a día. Detrás del fenómeno hay una explicación mucho más profunda, y es que es el departamento con los mayores índices de pobreza del Uruguay.
Eso se nota al sentarse a comer en los tráilers del Parque Internacional. La cantidad de niños muy chicos que pasan pidiendo monedas o vendiendo prendas de ropa es incontable, y a ellos se suman los adultos. Es un desfile.
"A la gente de Rivera le gusta comer bien, pero si es caro no paga", comenta la mujer del bar. Según ella, esa es la razón de la preponderancia de los tráilers por sobre otros establecimientos de comida. Es barato -las opciones son $70 un xis, $80 el baurú y $90 el chivito, cada uno con más condimentos que el anterior-, y ella lo considera sano. "Tiene carne, lechuga, choclo, arvejas, mayonesa, ketchup, mostaza", enumera, incluyendo los condimentos que recientemente la Intendencia de Montevideo eliminó de las mesas de los restaurantes.
Juan Adolfo Ramírez, dueño del tráiler El Paco en el Parque Internacional, se ríe cuando se le comenta la noción de que en Rivera la alimentación no es saludable y responde de una manera similar: "¿Cómo que no? Si las hamburguesas tienen lechuga, tomate, arvejas…". Reconoce con una sonrisa que es "pura comida chatarra, pero con mucha verdura".
El problema es que tanto los vendedores como el director de Salubridad Fernando Viera saben que hay gente que come todos los días en los tráilers, en particular los trabajadores de la zona. En esos casos, la alimentación deja de ser sana con bastante velocidad. "Desde el punto de vista nutricional es desastroso", afirma.
Los precios sirven como explicación del número alto de brasileños "bagayeros" que visitan Rivera-Livramento para comprar en los free shops del lado uruguayo y comen en los tráilers de ese mismo lado de la línea. Y esto a su vez explica la negativa de los vendedores a relocalizarse más lejos de la frontera, como pretende lograr la Intendencia de Rivera.
En la plaza Flores y la 18 de Julio, los establecimientos tienen una variedad de alimentos mayor, que incluye papas fritas y ensalada. Pero en donde se encuentra la mayor concentración de tráilers es en el Parque Internacional. A pesar de que Fernando Viera afirma que el reglamento es único, allí no se vende acompañamiento para los panchos, los chivitos, los baurús, las hamburguesas ni los xis. Los vendedores aseguran que el municipio no les permite ofrecer otra cosa.
"Si te dijo eso alguno de ellos es por distraído, es porque no tienen las condiciones adecuadas para hacerlo", comenta Viera. La relación entre los tráilers de la frontera y el municipio es cada vez más tensa. La idea es relocalizarlos hacia el sur. El problema es que entre medio de su lugar actual y el posible se ubica la plaza Flores, el miedo es que los turistas brasileños se queden allí.
Las frases se repiten por los diferentes carritos del Parque Internacional. "Los políticos nos quieren dejar sin trabajo", "No tienen argumentos: la plaza es mía, es tuya, es de todos", "Quieren modernizar Rivera, pero es una situación que Rivera no vive". "Es como que nos manden al fin del mundo", se queja Ramírez, "como que nos pongan dinamita". Una de las empleadas del tráiler El Indio profunidza: "¿Quién va a ir allá tan lejos? Quien va para allá pasa primero por la plaza Flores".
Viera sostiene que la necesidad es "urbanística": "Ellos están en el Parque Internacional, que depende de la Comisión Internacional de Límites. Y hay una voluntad de la comisión y de los dos estados de limpiar eso. Visualmente es horrible". Para él, los turistas no se quedarán en la plaza Flores, porque el público de cada una es distinto. Los de Flores trabajan más de noche, mientras que en la línea divisoria trabajan todo el día, la mayoría todos los días.
Carol trabaja en la primera camioneta de la fila, la única roja. Dice que vende 200 panchos por día, cocinados en la parte trasera del vehículo, con el proceso entero a la vista del consumidor. Las mujeres que las manejan son algunas uruguayas y otras brasileñas, pero allí, en la línea, no importa tanto. Carol conversa animadamente con la competidora a su lado, y el ambiente no es, justamente, de competencia.
La situación de las camionetas brasileñas es algo más difusa que la de los tráilers uruguayos. "La gente de la Secretaría de Salud de Livramento tiene una gran preocupación con ese tipo de comercios allí. Han intentado reciclarlos, pero es un dolor de cabeza", afirma Fernando Viera.
Las camionetas tienen un menor tráfico de público y emplean los bancos de la plaza para sentar a los consumidores bajo sombrillas. Cada camioneta dispone de uno, más algún banco de plástico en que el cliente se sienta pegado a la cocina.
Según Juan Adolfo Rodríguez, el dueño del tráiler El Paco, las camionetas brasileñas pagan 20 reales por día a sus empleadas. Son aproximadamente $200, o sea $6.000 si trabajan los siete días de la semana durante un mes. Es una cantidad inferior al salario mínimo de Brasil (905 reales, aproximadamente $8.000), que de por sí es menor que el de Uruguay ($10.000).
Miriam no sabía freír un huevo cuando comenzó a trabajar en un tráiler. Pero ahora, el sábado en la tarde, no para ni un segundo. Las mesas del tráiler El Paco se extienden hacia dentro del Parque Internacional, entre los árboles que la decoran, y Juan Adolfo funciona como mozo. Lleva y trae platos y botellas y espanta entre risas a la multitud de abejas que ese día molestan a los clientes.
Ramírez y su exmujer Miriam Dos Santos, copropietaria del establecimiento El Paco, se habían ido a vivir a Montevideo, en donde él consiguió trabajo en una empresa constructora mientras ella estudiaba para convertirse en jueza de familia. Pero hace veinte años, Ramírez se peleó con el patrón y perdió el trabajo, por lo que la pareja debió volver a recorrer los 500 kilómetros que separan a la capital del país de la capital del departamento de Rivera. Pretendían poner un almacén. Cuando unos conocidos que atendían un carrito en el Parque les comentaron que el que trabajaba junto a ellos quedaba libre, lo pensaron mejor, y se decidieron por eso.
Para abrir El Paco necesitaban un préstamo del banco, y rezaron durante una semana para conseguirlo. Llegaron con miedo de no obtenerlo con la urgencia necesaria, y se encontraron con que no había ni una persona a una hora en que solía estar con mucho trabajo. Tanto que el gerente salió afuera a ver qué pasaba, los vio y los hizo pasar. A la salida ya había una fila de gente esperando su turno, pero ellos ya tenían su préstamo.
Dos Santos cuenta que casi desde entonces escuchan a los gobiernos municipales que les dicen que los van a relocalizar sin que pase nada. Pero esta vez suena particularmente amenazadora.
Una niña acerca un banco y se sienta en la mesa. Rodríguez pasa por al lado, pero sabe que no puede hacer nada. No con la cantidad de niños que pasan a toda hora vendiendo ropa y que no pueden controlar. Una niña pobre entre los tráilers, un par de baurús, las banderas de Uruguay y de Brasil al fondo. Así es Rivera.
| Habitantes: 3.698 |Tráilers: 7
| Habitantes: 3.788 | Tráilers: 8
| Habitantes: 7.235 | Tráilers: 8
| Habitantes: 64.485 | Tráilers: 40
| Habitantes: 1.319.108 | Tráilers: 109
Es domingo en Rivera, la capital del departamento con mayores niveles de pobreza de Uruguay. El Parque Internacional es el ícono de la ciudad y es la divisa con la localidad brasileña de Santa Ana del Livramento. En la mitad de la plaza flamea una bandera gigante de cada país. Por entre los pabellones pululan los niños y desempleados que venden baratijas y piden dinero a los transeúntes. Solo una calle separa los dos territorios. Acentos portugueses y el olor a hamburguesas lo invaden todo.
A seis cuadras, la casa de Rosana huele de la misma forma. Es auxiliar de limpieza de un hotel en el centro de la ciudad. Vive con sus dos hijos y su marido. "A falta de asado, un asado trucho con pasta, ¿no é?", dice mientras se escucha el chisporroteo de las hamburguesas. Para acompañar, hace fideos.
El consumo de frutas y verduras no es común en su casa. Una vez cada 15 días cocina algún puchero o verdura hervida. "Al mayor no puedo hacerle comer nada de verdura. Come pura bobera", afirma Rosana con tono protestón. Según cuenta, su hijo mayor no ha probado ninguna verdura verde en casi todo el año. "Es un tema de tradición. De lo que se tiene a mano. No siempre da para comprar".
El hábito de Rosana no es la excepción. La mayoría de los riverenses no consumen frutas ni verduras en sus comidas diarias. Según la directora de Salud de la Intendencia de Rivera, Aída Goncálvez, la causa principal de esta costumbre es el alto costo de la fruta y la verdura en comparación con la carne, el poroto, la harina y el arroz. La jerarca explicó que la ingesta de productos verdes es muy baja en comparación con el resto del país.
En general, el consumo de frutas y verduras se centra en los productos más baratos. La papa se destaca en primer lugar, según un estudio de la Agencia de Desarrollo de Rivera realizado en 2012. El zapallo, la cebolla y el boniato también son productos estrella en la mesa riverense. El poroto es el grano más consumido, casi empatado con el arroz. En frutas, la banana encabeza la lista, seguida de la manzana, la pera y la naranja.
En los barrios periféricos de la ciudad, la variedad se reduce aún más. Allí se concentra el núcleo más pobre de Rivera.
Frente a esta situación, el gobierno departamental creó un programa llamado Viví mejor, para ayudar a cambiar los hábitos de alimentación y deportivos en las zonas más desatendidas.
La investigación del proyecto reveló que en los pueblos chicos del departamento la situación es "grave". El estudio concluyó que estos lugares tienen "una nutrición poco o nada balanceada" y que "basan su dieta en pocos alimentos". En las causas, se destaca la falta de recursos económicos para acceder a la comida, la falta de los productos en los almacenes o "el desconocimiento de alternativas que puedan llevar a tener una dieta más saludable y completa".
Según la nutricionista Noelia Silva, el consumo basado en las harinas y farináceos (poroto, arroz, lenteja, papa, boniato, etc.), produce "la carencia de nutrientes y el exceso de carbohidratos" y tiene como consecuencia más grave el sobrepeso. La especialista explica que esta enfermedad es el detonante de otras patologías, como problemas de circulación, dificultades cardíacas, hipertensión, cáncer de intestino y diabetes. A su vez, manifestó que el consumo de grasas saturadas y la falta de consumo de "alimentos protectores" -como frutas y verduras- potencia los riesgos.
Para Silva, la principal causa de una nutrición desbalanceada es la falta de recursos económicos. "El costo es muy alto. No cualquiera accede a las frutas y las verduras", dice la especialista.
Desde el punto de vista alimenticio, la nutricionista manifestó que los farináceos además de calorías, tienen aporte en hierro y fibra. En cambio en las harinas, el aporte es básicamente energético. En este sentido, Silva aseguró que la mayoría de las personas priorizan tener "una panza llena" a alimentarse bien. "Esto es más evidente en las familias más pobres. La comida de olla es rendidora. Vos comés y te quedás satisfecho. La fruta y la verdura, no. Y si tenés una familia donde hay un padre, una madre y varios hijos, vos buscás dejarlos llenos, más allá de que estén bien nutridos", asegura Silva.
Rivera no produce ninguna fruta ni verdura de consumo masivo. Según la Agencia de Desarrollo del departamento, una de las causas es la calidad de la tierra. Es el único departamento del Uruguay que produce sandía y es el único cultivo que exporta. Pero del resto, nada. La falta de frutas y verduras le deja dos alternativas a los comerciantes: traer cargamentos desde Montevideo o realizar contrabando ilegal desde Brasil.
Otro mecanismo, aunque menos utilizado, es la compra de algunos productos argentinos que traen a través del departamento de Salto, pero los precios no siempre compensan. En los tres casos, el negocio es difícil. El contrabando en Brasil es la vía más rápida.
Música gaúcha, dos hombres cargando bolsas en camionetas y dos comerciantes hablando en diferentes idiomas (uno en portugués y otro en español) es una estampa clásica de Santa Ana del Livramento. A las 10 de la mañana, en una de las principales avenidas de la ciudad, verduleros y gente de a pie cruzan desde el lado uruguayo para comprar frutas y verduras a precios mucho más bajos.
Según Carlos, un almacenero del centro de Rivera, el pasaje ilegal de mercadería a través de la frontera permite que su negocio sea rentable.
"Todos lo hacemos acá. Para nosotros es normal porque lo necesitamos y nacemos con esto. La que complica es la móvil, que te para y te saca todo", asegura el comerciante. Las aduanas móviles son camionetas de inspecciones que intentan evitar el pasaje ilegal de productos de un lado a otro de la frontera. Depende de la aduana uruguaya y retiene la mercadería que los comercios contrabandean.
A veces pasa 15 días sin aparecer, pero cuando sale de cacería, se queda con todo lo que encuentra, principalmente alimentos y bebidas. Según el administrador de la aduana de Rivera, José Gonçalves, las frutas y verduras están dentro de los cargamentos más confiscados.
Desde el lado brasileño, la delegacía local también decomisa productos en coordinación con la aduana uruguaya. Carlos se indigna cuando le llevan las cargas. "Ya me ha pasado. Te paran y te sacan lo que llevás en la camioneta. A veces pasan por frente al puesto y te inspeccionan. No es justo. Somos comerciantes. Vivimos de comprar más barato y vender más caro. Esa plata que se llevan en mercadería no es de ellos. Es mía y de mi familia", apunta el puestero.
Del lado uruguayo los comerciantes suelen agregar, en promedio, un tercio del costo a la fruta que llevan de Brasil. Cuando la fruta llega desde Montevideo, el cliente paga alrededor de un 60% más de lo que pagaría por una fruta de contrabando, principalmente por los costos de transporte. "La fruta uruguaya es muy cara y no la podemos vender. Nosotros solo vendemos naranjas de Salto. Además, como los envoltorios no son buenos, la fruta se abolla y terminamos tirando mucho", agrega otro comerciante riverense.
Todo esto provoca que los precios sean volátiles. Suelen subir cuando escasean los productos y hay que traer más frutas y verduras desde Montevideo. La estación del año también influye en los costos. Carlos asegura que al subir los precios, los consumidores tienden a cruzar la frontera a pie y compran en Brasil. "Acá vienen por comodidad, pero si ven que está muy caro, compran del otro lado", afirma el puestero.
Según la Encuesta Continua de Hogares del Instituto Nacional de Estadística, Rivera se encuentra entre los tres departamentos con menores ingresos del Uruguay. También, es el departamento en donde más se deterioró el salario en los últimos dos años.
Campo, cerros empinados, largas carreteras que se pierden en el horizonte y caminos de barro. Ranchos abandonados y algunas vacas rompen con la monotonía del paisaje. Así transcurre el viaje desde la ciudad de Rivera hasta la frontera más desolada. A esos pueblos de menos de 300 habitantes en donde la gente come peor.
Al llegar a Masoller, una localidad ubicada en el norte del departamento sobre el límite con Brasil, se ven unas 20 casas, un centro comunal y un tanque de agua. A escasos metros, comienza un muro de piedra y aparecen mojones para marcar la frontera.
Del otro lado está la villa Thomas Albornoz, un límite contestado entre ambos países. Hay un puñado de quince casas y dos almacenes pequeños. Una calle atraviesa la villa y muere en un campo. Luego, solo el cielo y el suelo llano que se encuentran en el horizonte. Marta, la dueña del armazém, el comercio más grande de la villa, tiene 42 años y es brasileña. Reivindica que el territorio es de Brasil, pero no oculta sus vínculos con Uruguay.
Tanto uruguayos como brasileños en esa zona comparten todo. Hablan portuñol entre ellos -un dialecto autóctono que mezcla español y portugués- mientras que con los forasteros que los visitan aplican el español o el portugués cerrado. "Esto é todo lo mismo. Tenemo' los mismos problema'", asegura Silvana, que atiende el almacén Lo de Ramiro. Tanto Marta como Silvana coinciden: también se come muy parecido.
En ambos negocios, los seis productos más vendidos son el arroz, el jugo en polvo, los panchos, las hamburguesas, el fiambre y los refrescos. Las verduras y frutas tienen una venta marginal y la papa otra vez ocupa el primer puesto. En ningún almacén hay hojas verdes y la variedad de productos de la tierra es mucho menor que en la ciudad de Rivera. La causa es simple: no se trae lo que no se vende. Por la distancia, los precios son aún más caros que en la capital del departamento y también hay contrabando.
Ya que los almaceneros de la zona no tienen hojas verdes, tres vecinas de Masoller decidieron hacer quintas con productos para el consumo propio y la venta en la zona. Marta, una de las trabajadoras rurales que cosecha, comenzó el proyecto de una quinta orgánica con ayuda del Ministerio de Desarrollo Social. Al principio fueron diez personas haciendo un invernadero. A los dos meses, quedó ella sola. "Hay que esperar que nazcan las cosas", dice con una sonrisa complacida mientras mira sus hojas. Acelga, lechuga, espinaca y perejil son sus principales cosechas.
Mirta, vecina de Marta, también se dedicó a plantar. Al lado de un gallinero y con la carretera vacía de fondo, tiene lo mismo que Marta pero además cultiva remolacha, frutilla y rabanito. "La idea era para vender algo y para consumo casero nomás. Al final terminó siendo para comer en la casa", dice mientras toca con orgullo sus acelgas. Según cuenta, se vende muy poco y en el pueblo no hay costumbre de comer verduras.
El estudio del proyecto Viví mejor revela que los adolescentes que viven en los pueblos chicos comen más frutas y verduras que los adultos, pero en la mayoría de los casos están por debajo de los niveles adecuados.
Una encuesta realizada en Masoller por un equipo de nutricionistas y antropólogos que trabajaron para el proyecto municipal en 2014, reveló que los índices de masa corporal en la población adulta "son preocupantes". El 40% de los adultos padece sobrepeso y el 30% tiene obesidad. Solo el 30% tiene un índice de masa corporal normal.
La tendencia es similar en los niños. El 40% tiene un peso normal, el 20% posee sobrepeso y el 40% padece obesidad. Según el estudio, la preocupación radica en que los niños con sobrepeso "tienen mayor probabilidad de presentar obesidad cuando son adultos y de sufrir en forma precoz enfermedades crónicas no trasmisibles" como la diabetes o enfermedades cardiovasculares, la principal causa de mortalidad en Uruguay.
La propietaria del armazém de Thomas Albornoz sufre obesidad y tiene diabetes. Uno de sus dos hijos tiene sobrepeso. Los niños van a la escuela en Tranqueras, una ciudad de Rivera que queda a 28 kilómetros de la villa. Todos los días, los hijos de Marta almuerzan en el comedor escolar en Uruguay. Según cuenta, hace algunos años la escuela daba de comer "lo que querían las cocineras".
Desde 2013, una nutricionista dirige la dieta de los niños. El Programa de Alimentación Escolar que implementó el Consejo de Educación Primaria de Uruguay tiene por objetivo mejorar las condiciones alimenticias de los niños. En portugués y con alguna palabra de español, Marta explica que los padres colaboran en la elaboración de postres para el comedor y que las cocineras tienen recomendaciones para incluir frutas y verduras en las comidas diarias. Para ella, es un esfuerzo de los vecinos de Masoller y Albornoz para que sus hijos crezcan mejor que como se criaron ellos. "Es para que no sufran los problemas de salud que tenemos nosotros", dice con tono esperanzado.